Hace un año. Uno podría decir: nada más. Pero igual fue mucho tiempo para el pueblo boliviano. Hace un año lo derrocaban a Evo Morales. El diario La Nación, uno de los hegemónicos de la prensa argentina, hace unas pocas horas hablaba, respecto de esta conmemoración, de la “renuncia” de Evo Morales. No sé si se puede ser más hipócrita. Para mí que no se consigue. Renuncia, dicen. Con el ejército diciéndole en el oído: “le ‘aconsejamos’ que se vaya de ahí, porque la gente se está yendo para Chimore”. Y se venía una guerra civil.
Evo Morales, el renunciante según los diarios de la derecha, ¿salió caminando tranquilamente y se despidió en paz? De ninguna manera. Tuvo que pasar la noche debajo de una lona, en una carpita, para salvar su vida. Esa vida que conservó en parte también por el gesto elocuente, muy noble, del gobierno a cargo de Alberto Fernández, convertido en un personaje trascendental de la América Latina, por lo que hizo por Evo, por lo que hizo por toda Bolivia. Y esa actitud noble, de coraje, quedó patente en esa caminata de hace unas horas, en ese abrazo inolvidable que ambos líderes se dieron en la frontera misma de los dos países, ahora en democracia. En esa despedida.

El pueblo boliviano podría preguntar, como ha preguntado Alberto Fernández, a qué normalidad querían volver los que voltearon a Evo. A qué normalidad querían llegar nuevamente aquellos que dieron un golpe de Estado en un país que había tendido al mejor gobierno de toda su historia. A qué normalidad quiere volver, también se puede preguntar en la Argentina, esa derecha insólita, patética, representada por el ex presidente Macri, por Patricia Bullrich, por Pichetto y sus delirios. “Recreemos otra normalidad, Cuando a mí me dicen: ‘vamos a volver a la normalidad’ después de la pandemia, pregunto: ¿a qué normalidad quieren volver? ¿A la que dejó a tantos millones de chicos desamparados? ¿A la normalidad de la pobreza? ¿A la normalidad de la concentración del ingreso? ¿A la normalidad donde algunos pocos tienen mucho y millones tienen hambre? No, a esa normalidad no vamos a volver”, dice con acierto el actual presidente de la Argentina.
“A qué normalidad quiere volver, también se puede preguntar en la Argentina, esa derecha insólita, patética, representada por el ex presidente Macri”.
De eso se trata. América ha dado un paso gigantesco hace algunas horas, cuando Evo regresaba a su país, en ese abrazo en el que estaba concentrado el encuentro de dos países. Y a la misma hora, lejos de allí, pero cerca en la cuestión conceptual, en La Paz, en la embajada venezolana, estaban bajando el cuadro del despreciable Juan Guaidó, supuesto presidente de Luis Almagro, de la Organización de Estados Americanos y, sobre todo, presidente de Donald Trump y del congreso de los Estados Unidos, donde fue ungido como tal. De las cosas notables que hizo el actual gobierno argentino fue mandar a paseo la embajadora que Guaidó había puesto en Buenos Aires, un chiste del que solamente se podía hacer cargo el patético Mauricio Macri. Y ayer bajaron ese cuadro de Guaidó en una ceremonia de altísimo significado.
El continente todavía tiene chance de reaparecer. Ahí está Lula da Silva para dar pelea. Ahí está la gente de Rafael Correa para recuperar Ecuador, como la gente de Evo ganó en Bolivia y ya empezó a recuperarla. No, no todo está perdido. ¿A qué querían volver? ¿A lo que fueron dos siglos de diferencias sociales espantosas? ¿De una situación económica insostenible, en la que unos concentran y los otros, o mueren de hambre o simplemente cubren sus mínimas necesidades? ¿A cuál realidad quieren volver, mejor de la que tuvieron en los primeros 15 años de este siglo en América Latina?

Esa que tan magistralmente retrató el genial Pino Solanas, comprometido y sumamente talentoso, que murió hace unas horas en París, como si fuera un designio del destino. Pero dejó su legado artístico y político inolvidable. Ese Pico que defendió el valor de este Sur, de nuestro Sur, al que se vuelve tantas veces como él mismo propuso con la música de Astor Piazzola y la voz del Polaco Goyeneche. “Tenemos que generar en América Latina una nación donde se pueda realizar la utopía de un socialismo a rostro humano, de la libertad, de la justicia social. La suralidad. Somos suristas”, decía. La Utopia vista desde el Sur.
Ese Sur late todavía. Late en Bolivia, late en la Argentina. Ese sur democrático, inclusivo, que se imagina esa gente que está en los sectores medios o sectores vulnerables. Un grito de esperanza. Una utopía posible. Personificada por ese abrazo de Alberto y Evo en La Quiaca, en el límite mismo de las dos naciones. En ese abrazo que recrea esa utopía, genera una emoción que no nos abandonará por mucho tiempo. En ese abrazo parece estar contenidos todos los sueños del Sur, del de Pino, del nuestro.