“Recién le entregaron a Maradona las cosas”, me dijo Hebe el 3 de noviembre de 2020, a las 17.09, en un mensaje de Whatsapp. La voz revelaba tranquilidad.
Desde el día anterior, Diego se encontraba internado en el sanatorio Ipensa de la ciudad de La Plata, con una patología indeterminada, pero notoria: en su última aparición pública, el día de su cumpleaños, en el estadio de Gimnasia, no se lo había visto nada bien.
Frágil, con dificultad para caminar, la mirada como ida, el 10 había sido homenajeado por Marcelo Tinelli, Claudio el Chiqui Tapia y Gabriel Pellegrino, quienes le entregaron plaquetas a Pelusa, que esa tarde cumplía 60 años.
Ante la internación del astro, que lo conduciría 22 días después a su muerte, Hebe quería darle un mensaje de aliento, un abrazo si pudiera, pero cómo hacerlo.
La pandemia imponía todavía los rigores del confinamiento: desde marzo las Madres no iban a la Plaza, y Hebe cumplía a rajatabla el aislamiento, aunque con excepciones muy precisas y justificadas: reuniones políticas, de trabajo, y Maradona.
“Yo estaba en mi casa cuando Hebe me llamó y me dijo que vaya a verla, porque tenía algo para llevarle a Diego”, recuerda tres años más tarde Carlos “El Charly” Obiol, el motoquero de confianza de Hebe, vecino de La Plata.
“Tomamos unos mates en el patiecito de su casa, en calle 45, mientras ella por teléfono hacía los arreglos con el médico de Diego. Y cuando el médico le dio el ok, previo aviso de que iba a tener que esperar un rato porque tenían una reunión para definir si lo operaban o no, fui”, agrega.
Obiol es uno de los motoqueros que organizó el sindicato del sector y uno de los primeros referentes de SUMCRA. Se acercó a Madres tiempo después de su heroica actuación en los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001, cuando junto a sus compañeros se enfrentó a la policía para proteger a los manifestantes que enfrentaban la represión que rodeó la caída de Fernando de la Rúa.
“Hebe me dio una cajita con un rosario bendecido que le había dado el Papa, y un sobre, con una carta para Diego, pero me aclaró que debía dárselo en mano. Yo tenía esa orden. Además me dijo que si no se lo podía entregar a él, personalmente, que me lo llevara a mi casa”, amplía Charly.
Antes de enviárselo a modo de mimo especial, para que lo acompañe en los días que demande su recuperación, Hebe le dijo a Obiol que había consultado al Papa, y que Francisco le había dado el visto bueno. “Mandáselo que después yo te mando otro”, le dijo el Pontífice a Hebe, recuerda Charly.
“Tuve que esperar media hora en la clínica, pero subí a la habitación donde estaba Diego y se lo di. Diego me tocó la mano, estaba acostado en la cama, y me dijo: ‘Gracias, gracias, que se cuide’, y nada más. En el ascensor subí con el novio de Verónica Ojeda”, narra Obiol, aún emocionado por el hecho del que fue testigo.
“Imaginate, yo estaba conmocionado. El Papa le bendice un rosario y se lo da a Hebe; y de Hebe a las manos de Diego, Dios. Y yo en el medio, viendo todo eso. Lo recuerdo y se me pone la piel de gallina”.
“¿Qué decía la carta, Charly, sabés?”, le pregunto. “No, yo no la abrí. Podría haberlo hecho porque el sobre no estaba cerrado, pero cómo haría eso. Fue muy lindo todo”, concluye Obiol.
Aunque mediado por el rosario de Francisco, a la distancia, impedidos del abrazo físico por el aislamiento obligatorio impuesto por el COVID, aquel fue el último encuentro entre Diego y Hebe. La huella que ambos dejaron en la cultura de su pueblo los revive cada tanto, y no los deja caer en el olvido.