El día después de la pandemia del Coronavirus el sistema político argentino – sistema en el sentido más amplio posible: político, económico, social, cultural e individual – deberá responder una pregunta crucial: ¿la salida de la cuarentena se hará vía la tecla de refresh (actualización) o de reset (reinicio) de las formas en que nos relacionamos los argentino hacia dentro y hacia afuera?
Es cierto que la pandemia ocupa todas nuestras preocupaciones. Y que es difícil hacer proyecciones o reflexiones sobre el devenir de la política criolla más allá de la próxima semana. Por lo tanto, todos los análisis posibles estarán más anclados en el uso de la intuición más que en el de la racionalidad estricta. Aclarado este punto, creo que es posible que la pandemia signifique una vuelta de página en la política argentina. Que signifique un proceso de trasvasamiento generacional no traumático hacia el interior del peronismo, un reemplazo de liderazgos en la oposición y, al mismo tiempo, un anquilosamiento de los sectores más confrontativos del sistema.
Por supuesto que esto depende del resultado final de la crisis desatada por el Coronavirus. Si Argentina atraviesa con relativo éxito la pandemia – esto significa daños relativamente bajos y manejables –, los sectores políticos que actuaron racionalmente dentro de la urgencia – me refiero al presidente Alberto Fernández, Santiago Cafiero, Wado de Pedro, Axel Kicillof, Máximo Kirchner, Sergio Massa, entre otros, pero también algunas segundas líneas de la oposición, por ejemplo – obtendrán rédito político a futuro, sobre todo pensando en que el 2021 es un año electoral. Los sectores irredentos y/o empecinadamente ideológicos – Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Gerardo Morales –, por un lado, y los sectores más “apresurados” dentro del propio movimiento nacional, podrán ser víctimas de su propio peso discursivo y también de haber medido eléctricamente un momento angustioso. Esto dicho aunque algunos de estos sectores tengan “exceso de razón” en términos estrictamente ideológicos, ya que, se sabe, esa cualidad no siempre sea exitoso como forma de acumulación política.
Más allá de la centralización del presidente, la influencia de CFK sobre un amplio sector de la coalición gobernante se encuentra inmaculado y trasciende la coyuntura.
Sin duda, si todo resulta bien, el liderazgo político de Alberto se consolidará y abrirá una nueva etapa. ¿Esto significa la prescindencia de Cristina Fernández de Kirchner? Esa hipótesis parece imposible. Más allá de la centralización personal del presidente en materia comunicacional y de liderazgo inmediato indiscutible, la influencia de CFK sobre un amplio sector de la coalición gobernante se encuentra inmaculado y trasciende la coyuntura. Lo que posiblemente ocurra es que ambas personalidades marquen las herencias y los legados para los próximos lustros. En esos nombres debe observarse el futuro de la política local.
Pensar el futuro en los mismos términos que en enero de este año nos hace correr el riesgo de salinizarnos como estatuas. Pero el futuro depende de cómo se maneje la salida de la Pandemia. En este sentido es necesario volver a la pregunta inicial. ¿El sistema político se renovará parcialmente, se reducirá a una mera danza de rostros y maneras o, por el contrario, habrá un barajar y dar de nuevo que le permitirá reestructurarse de manera diferente? Por ejemplo ¿tendrá el Estado el mismo rol limitado que tuvo hasta diciembre de 2019 o saldrá fortalecido y con nuevas herramientas para reordenar y reorganizar los núcleos oscuros de la economía y las prácticas desleales de algunos sectores del poder económico? ¿Podrá el Estado sanear las desigualdades sociales y liquidar la pobreza estructural argentina o deberá seguir lidiando con el “capitalismo de enemigos” que desnudó la pandemia? Ahora que el flamante Poder Ejecutivo ha sido sumergido en el Jordán de las operaciones mediáticas y judiciales ¿cómo responderá el Estado en el necesario armado de nuevas reglas de juego? ¿Es posible hacer frente a esa maquinaria desde una centralidad comunicacional absoluta a riesgo de sufrir un desgaste irrecuperable?
Por supuesto, que la oposición destructiva juega, que algunos sectores del Poder Judicial y de los medios de comunicación juegan y obtendrán algunos resultados positivos a corto plazo –el caceroleo contra la “liberación indiscriminada de presos por parte del presidente”, por ejemplo –. Pero si el gobierno transita la pandemia con éxito, obtendrá un capital político – fáctico y no de tipo ideológico – que le permitirá resetear y no meramente refrescar el sistema político, económico, mediático, social, cultural y espiritual.
Por último, no se puede analizar de forma aislada al sistema político argentino. Es necesario hacerlo mirando el mapa internacional: la pandemia ha generado un debilitamiento general de las cosmovisiones neoliberales que se han visto deslegitimadas por el tendal de muertos que ha dejado el Covid-19 en los países que privilegiaron el mercado frente al Estado o a las miradas humanitarias. Eso, obviamente, genera un cambio profundo en las relaciones internacionales: la emergencia de las teorías soberanistas frente al capital financiero, por ejemplo, pero también la emergencia de nuevos y potentes jugadores como China, Rusia y el debilitamiento de Estados Unidos y Europa. La ruleta ¿arrojará nuevos ganadores y perdedores? Argentina, en términos históricos, ha vivido momentos similares: la división internacional del trabajo en el siglo XIX que empoderó a Gran Bretaña y el acuerdo de Yalta, en 1945, que hizo lo propio con Estados Unidos en Occidente. Esta nueva situación, coloca a la Argentina ante una nueva oportunidad: la de aprovechar el cerrojo del mercado internacional para sepultar nostalgias decimonónicas, recuperar la potencia productiva del siglo XX y poder construir, al fin, ya no una sustitución de importaciones, sino un desarrollo autónomo y soberano basado en nuevas tecnologías, que genere una sociedad un poco más homogénea en términos sociales.