El 14 de octubre de 1945, el coronel Juan Domingo Perón, preso en la isla Martín García, le escribió una carta a su novia, Eva Duarte. El texto revela cuánto sabía la pareja del amor y, a su vez, cuánto ignoraba, se supone, del futuro inminente. Decía así: “Mi adorable tesoro: sólo cuando estamos apartados de quienes amamos, sabemos cuánto les amamos. Desde que te dejé ahí, con el mayor dolor que se pueda imaginar, no he podido sosegar mi desdichado corazón. Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia (…) tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio… Desde casa me trajeron aquí, a Martín García, y no sé por qué estoy aquí ni me dicen nada (…) Lo primero que hice al llegar fue escribirte. No pierdas los nervios ni descuides tu salud en mi ausencia hasta que vuelva. Estaría más tranquilo si supiera que no corres peligro y estás bien. Dile, por favor a Mercante que hable con Farrell para saber si autorizan que nos vayamos a Chubut. Creo también, que tendrías que poner en marcha algún tipo de papeleo legal… Ten mucha calma. Mazza te informará de cómo va todo. Haré lo posible por regresar a Buenos Aires. Si se acepta mi excedencia nos casaremos al día siguiente y si no, ya lo arreglaré todo de una manera u otra, pero sea lo que sea, pondremos fin a tu vulnerable situación. Amor mío, tengo en mi cuarto aquellas pequeñas fotos tuyas y las contemplo todos los día con los ojos húmedos. Que no te pase nada o de lo contrario mi vida habrá acabado. Cuídate mucho y no te preocupes por mí, pero quiéreme mucho porque necesito tu amor más que nunca… Escribiré un libro sobre todo esto… y ya veremos entonces quién tenía razón. Lo malo de este tiempo y especialmente de este país, es la existencia de tantos idiotas, y como sabes, un idiota es peor que un canalla (…) La lancha llegará dentro de media hora. Mis últimas palabras en esta carta serán para pedirte calma. Muchos, muchísimos besos a mi queridísima chinita. Perón”.
Dos semanas después se produjo el ahora mítico 17 de octubre, una verdadera revolución popular en paz, que devolvió a Perón su libertad y, muy especialmente, lo colocó en la antesala de la presidencia de un país, que supo disputar exitosamente contra todo el sistema político existente (radicales, socialistas, comunistas, anarquistas, conservadores de toda laya) y, nada menos, que con el embajador de los Estados Unidos, representante de la potencia emergente de la segunda gran guerra mundial, como jefe de campaña.
Estos episodios no están Netflix. Son historia vivida. Esto sucedió y enseña, entre otras cosas, que nadie que quiera representar los intereses del pueblo, y lo haga bien, termina siendo libre de hacer lo que se le antoja. El pueblo lo va a volver a buscar, las veces que haga falta. Y estas vueltas generan situaciones impensadas, destinos imprevistos. Perón estaba preso en una isla, por cuestiones políticas. La misma en la que había estado cautivo Yrigoyen tiempo antes, por idénticas razones: disputar el poder de los que entonces tenían el poder.
Hacer lo que el pueblo quiere tiene riesgos. La cárcel o la muerte. La oligarquía mafiosa no perdona. Pero la lealtad del pueblo es más potente. Si se lo propone, pone el mundo cabeza abajo. De estar preso a madurar las condiciones para ser presidente hay un viaje largo, que en este caso se recorrió en dos semanas. A velocidad luz, casi. Un recluso piensa en recuperar su vida y la concibe liviana, lejos de todo, junto a sus afectos. Lo dice Perón en aquella carta a su “chinita”.
Fue todo al revés.

Hubo un 17 de octubre. Un gobierno popular. Una novia convertida en socia política y abanderada de los humildes. Dos presidencias consecutivas que cambiaron la Argentina. Una década de felices e igualitarios años para el pueblo. Otra más, después de la proscripción, coronando la lucha para que el general volviera.
Parece un cuento de hadas. Sin embargo, es historia real, escrita con las manos curtidas del humillado, con la sangre de las familias obreras que sabían por dichos de otros de la existencia un desierto de agua llamado mar que nunca habían pisado y querían conocer. De gente joven que quería divertirse en el Rancho de la Cambicha, con Antonio Tormo, sin darle cuenta al patrón.
Hacer lo que el pueblo quiere tiene riesgos. La cárcel o la muerte. La oligarquía mafiosa no perdona. Pero la lealtad del pueblo es más potente.
Ese país lo imaginaron las y los peronistas, mientras Perón quería fugarse a vivir su amor con Evita, lo que demuestra que no hay conductor que pueda diseñar un destino al margen del deseo de sus conducidos. Antes que preso de los milicos, Perón estaba preso del amor del pueblo.
Hoy el sistema puso a Cristina a jugar en una situación parecida a la que vivió Perón. La tiene sentada en el banquito del pasillo que conduce a una celda y pretende proscribirla a perpetuidad. Como tantas veces ocurrió en el Siglo XX, la oligarquía mafiosa cree que existe una oportunidad de redención para este país infernal si el peronismo es reducido a cenizas y sus líderes van presos o terminan muertos.
Es un absurdo del que la derecha abusa porque, salvo las Madres y las Abuelas, nadie parece exigirle cuentas con demasiada convicción. Cada vez que la derecha logra algo parecido a su “sueño húmedo” la Argentina se precipita hacia abismo, hasta que el peronismo en alguna de sus variantes, incluso las de mayor impureza, sale al rescate y la pone a funcionar otra vez.
Gimnasia agotadora pero recurrente, en la que los dirigentes peronistas siempre tienen que elegir si son leales a su pueblo o si deciden irse a vivir lejos del ruido y del amor que le prodigan sus representados.
Cristina ya tuvo varios 17 de octubre. Sin organizarlos y sin pedirlos, cuando el pueblo tenía una mejor calidad de vida que la que tiene ahora, hubo plazas repletas, verdaderas fiestas cívicas, desbordantes de alegría. Está de vuelta. Ella hizo todo lo que tenía hacer.
Hoy el sistema puso a Cristina a jugar en una situación parecida a la que vivió Perón. La tiene sentada en el banquito del pasillo que conduce a una celda y pretende proscribirla a perpetuidad.
Su renunciamiento es, a la vez, un intento de despedida pública y un reclamo tácito. No va a ser candidata, dice, pero sigue haciendo política. Plantea en los hechos una realidad de concreción imposible. Mientras haga política, siempre va a hacer la candidata. El experimento de 2019 funcionó para derrotar a Macri, no para gobernar.
¿Acaso Cristina está buscando un 17 de octubre distinto? ¿Uno que se parezca más al original? ¿Uno que la rescate de la isla donde las mascotas de Magnetto son las que desparraman las dosis necesarias del posibilismo para archivar los deseos colectivos?



Cristina es Perón. Piensa en un futuro lejos de su destino. Junto a sus amores. A distancia de los entornos dañinos, de los malos pagadores, de los idiotas y de los canallas. Escribe cartas por YouTube, reclama que otros den la pelea como ella sabe darlas. Está extenuada. La tarea de defenderse, a veces en soledad, le consume las energías y las ganas.
Está recluida en una isla, rodeada de custodios que la salvan de morir, día tras día. Vivir así es vivir por la mitad. Sentir que otros dan por sentado que esa es la normalidad que le toca por ser Cristina debe ser una realidad asfixiante, cuando no tóxica.
La pregunta que hay que hacerse es si un líder o una lideresa pueden escapar a su misión de liderar. Algunos creen que el Perón de la carta en realidad sabía que la censura militar interceptaba el correo y, para distraer la atención del 17 que se estaba gestando en el subsuelo de la patria, escribió un texto obvio, endulzado y sentimentalista que alejara cualquier tipo de sospecha. No es para descartar, todo buen militar debe ser un buen conspirador.
¿Cristina está buscando un 17 de octubre distinto? ¿Uno que la rescate de la isla donde las mascotas de Magnetto son las que desparraman las dosis necesarias del posibilismo para archivar los deseos colectivos?
Otros rescatan el amor genuino que Perón y Evita se tenían. El cuerpo a cuerpo. La caricia en el pelo. El beso infinito. La humana tentación de bajarse de la montaña rusa de la Historia grande e ir a buscar entre la simpleza de las cosas un idilio puro y sincero, para encontrarle a la vida un sentido cierto más allá de las preocupaciones que la ilusión de tener el poder genera.
Importa poco viendo lo que pasó dos semanas después de aquel octubre del 45. Perón es sacado de la isla para que le hable a la multitud que amenazaba con comerse crudos a otros militares que no habían demostrado la misma empatía con las necesidades populares que él. El creador de una nueva vida donde las y los trabajadores eran considerados ciudadanía con deberes y derechos, ya no esclavos animalizados.
Un año más tarde era consagrado presidente por el voto popular. Un acto de amor colectivo.



¿Era aquella carta un ardid para simular una calma chicha mientras ardían las napas subterráneas que producirían el 17 de octubre? ¿O era auténtica la intención de evadirse a vivir una vida de gente común, lejos de los traidores, canallas y tarambanas, esos eternos cortesanos de palacio que amargan la sangre de los idealistas?
¿Es la carta por YouTube de Cristina un ardid para pedir un 17 de octubre distinto a los que vivieron sus años felices bajo su presidencia, ahora que se siente sola peleando contra el jefe de la mafia oligárquica? ¿O de verdad quiere retirarse a ser abuela en El Calafate para vivir una vida común y criar a sus nietos?
La respuesta que uno tenga frente a estas preguntas lo pone más lejos o más cerca de la verdad.
Cuando un pueblo está dispuesto a hacer cosas distintas, los líderes no tienen margen para eludir su responsabilidad de conducirlos. Sea a través del Mar Rojo o La Pampa gringa.
Cuando un pueblo está dispuesto a hacer cosas distintas, los líderes no tienen margen para eludir su responsabilidad de conducirlos. Sea a través del Mar Rojo o La Pampa gringa. Cuando vio esa plaza Perón supo que no tenía opción más que ponerse al frente.
¿Qué encontrará Cristina cuando se asome al balcón?
Ese día sabremos qué tan cierta es su renuncia a los honores pero no a la lucha.