Hay estudios realizados desde la sociología que revelan un vínculo entre determinados nombres con prestigio y estratos altos, mientras otros, son asociados a desprestigio y estratos bajos. Muchos recordamos el capítulo de Los Simpsons en el que Homero —sujeto perteneciente a la clase trabajadora— se cambia su nombre por el de Max Power y, mágicamente, todas las puertas de las altas esferas le fueron abiertas. Lo contrario ocurre cuando en el DNI de una persona se encuentra una identidad que lo vincula a los sectores más pobres, haciendo que las posibilidades se reduzcan a cero.
Entonces, lo que se ve, es que hay gran prejuicio de clase que estigmatiza a las personas no por sus acciones, sino por el nombre y el sector al que pertenece. Absolutamente, el responsable de estos males es el liberalismo, porque, éste no solo es un proyecto económico de transferencia regresiva de los ingresos que le saca el dinero del bolsillo a los que menos tienen, sino que también, es un proyecto cultural y simbólico que busca, a través de toda su maquinaria de colonización pedagógica, trabajar sobre las subjetividades de las personas para que sus políticas de exclusión sean aceptadas por las mayorías y se vincule con lo “malo” a todo aquello que provenga de los sectores más vulnerables.
Hay prejuicio de clase que estigmatiza a las personas no por sus acciones, sino por el nombre y el sector al que pertenece.
¿Cuándo uno puede darse cuenta de esto? Se percibe claramente en la diferencia en cómo se trata a los distintos individuos según el lugar que ocupen socialmente. Algunos serán aceptados por la impunidad de clase que le concede privilegios a los sectores más acomodados, mientras que al mismo tiempo, discrimina las mismas acciones de aquellos que más necesidades tienen.
La sociedad capitalista construyó un mundo en el que el más malo de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más bueno de los pobres. No es casual, es que éste es el mayor logro del liberalismo de hoy, sin códigos éticos, sin rasgos de humanismo, que logró instalar la idea de que los sectores de abajo no tienen derecho a nada mientras que, la elite económica y los que habitan en la esfera del poder, tienen derecho a todo. Y con su andamiaje mediático a nivel global y local, pretenden naturalizar esa mirada del mundo como única. Por ello, se puede sostener que este sistema político-económico es, ante todo, una operación ideológica diseñada para que una minoría tenga ventajas sobre las mayorías.
“Nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”, afirmó la exgobernadora María Eugenia Vidal.
Al “Brian rico” se le perdona gastarse toda su plata en zapatillas, en alcohol, comprarse el último celular, recibir ayuda del Estado, cobrar el IFE (Ingreso Familiar por Emergencia). Sino estudia es porque necesita tiempo (y eso está bien), no es un “vago” como se lo califica al del otro sector social, si se considera un libertario que rompe la cuarentena para juntarse con sus amigos a comer un asado y no pagar sus impuestos, se lo justifica con otra falsedad instalada, que en nuestro país la carga impositiva es la más alta. Pero cuando pasa a ser “Brayan pobre” —nótese la transformación que sufre su nombre— y pretende hacer lo mismo, automáticamente aparecen voces que lo sancionan por ser un “negro cabeza”.
¿Cómo fue posible esta operación de sentido? Gracias a la ayuda de los medios hegemónicos —los grandes aliados del liberalismo— que echaron a rodar una representación del mundo en el que se conformó un imaginario colectivo que posibilitó que nuestra elite local posea el monopolio físico y simbólico de las prácticas del consumo, de los bienes y de los servicios.
La sociedad capitalista construyó un mundo en el que el más malo de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más bueno de los pobres.
Bronca, odio, resignación son los sentimientos que afloran desde distintos ángulos de nuestra sociedad cuando los postergados de la historia intentan ser felices y libres. Sin embargo, siempre estará mal, porque ellos “deben someterse a privaciones de todo tipo y deben ahorrar lo poco que tienen” dicen algunas voces. Cuando no lo hacen, inmediatamente son catalogados de gastadores, ostentosos y vulgares.
Ya lo dijo el escritor Arturo Jauretche, toda dominación sobre las mayorías populares no tendría efecto si primero no se coloniza pedagógicamente, de forma tal que se naturalice las desigualdades a las que se los somete. Es la misma naturalización que alguna vez repitió la ex gobernadora, María Eugenia Vidal cuando sostuvo que “nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”.
Se naturaliza a la pobreza como algo malo. Por ello, es aquí, en el campo de la dominación cultural, donde se instala la idea en la opinión general que el pobre solo tiene derecho a consumir los resabios que va dejando el rico. Hasta que no se destruya esta doble vara que sanciona o perdona, la impunidad seguirá siendo de la clase y la diferencia entre “Brian rico” y “Brayan pobre” seguirán existiendo.
* Los autores son Magíster en Políticas Sociales y en Comunicación (Grupo Artigas)