Todos/as estamos por estos días conmovidos por la invasión de Rusia a Ucrania y su consecuencia innegable: una nueva guerra europea que nos sabemos cuándo ni cómo terminará. Las guerras tienen esa peligrosa particularidad: adquieren una vida propia que las vuelve imprevisibles. Los cálculos sobre su corta duración son siempre optimistas al inicio. La realidad se encarga luego de modificar la mirada.
Estas notas proponen analizar lo que está ocurriendo pero desde aquí, desde América Latina. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, la mayoría de los analistas –los formados y los improvisados– que analizan lo que está pasando ante nuestros ojos –en vivo y por las redes y la TV– tienden a ver el conflicto con las gafas europeas (como diría José Martí). Esto incluye claro, la mirada desde una perspectiva rusa también.
¿Cuánto nos puede afectar el conflicto? ¿Quiénes son los actores del drama y qué significan para América Latina? ¿A quiénes apoyar en la guerra y a quiénes no? ¿Habría que apoyar a alguien en este conflicto?
Para contestar esas preguntas, habría que tomar en cuenta algunas consideraciones desde nuestro rincón del planeta:

- La idea de un mundo como “aldea global” nuevamente queda desmentida. Aquel presupuesto de un mundo chiquito y globalizado en donde las guerras –en especial en sus zonas “centrales” – no tenían razón de ser ya, debido a la primacía de los negocios por sobre los desastres bélicos, vuelve a estar en debate. Nosotros, latinoamericanos, sabemos –por historia y por presente- que por mas “global” que nos digan que es la aldea, Estados Unidos consideran a América Latina como “su” espacio territorial exclusivo. Y cuando hay un país latinoamericano “díscolo” –Cuba, Nicaragua, Venezuela y una larga lista– sobreviene la invasión o el golpe de estado dictatorial o blando. Pues bien, lo mismo sucede con Rusia y los ex países de la Unión Soviética: tras un breve tiempo de desconcierto en su política exterior – muy bien aprovechada por la Unión Europea y la OTAN para expandirse hacia el este, económica y militarmente–, Rusia –de la mano de Putin– está reconstruyendo su presencia y su poderío en lo que considera “su propio” espacio geopolítico regional. La línea roja la trazó Rusia en Ucrania y ahora Ucrania ha sido invadida. ¿Podemos los latinoamericanos adoptar una mirada benévola por la invasión de un país a manos de la segunda superpotencia militar del mundo? ¿Podemos, por otro lado, avalar a la OTAN que ha venido haciendo lo mismo –esto es atacar y bombardear países– desde hace décadas?
- La política de Estados Unidos y el rol de la OTAN. Dicho lo anterior, ¿cómo evaluar desde nosotros mismos el rol de la OTAN y los Estados Unidos en la crisis y la guerra? Quizás debiéramos comenzar por la siguiente pregunta: ¿Qué quieren Estados Unidos y la OTAN? La respuesta para nosotros, latinoamericanos, es bastante simple: LO QUIEREN TODO. Sabemos por experiencia propia que detrás de las nobles palabras y excusas morales de Estados Unidos y la OTAN, se esconden allí nomás, casi en la superficie, los intereses económicos de las grandes corporaciones del mundo y sus luchas por bienes primarios, mercados y ventajas económicas sustanciales. Desde la Independencia Latinoamericana y hasta hoy, Europa y Estados Unidos han invadido, saqueado, ocupado y atacado decenas de veces el territorio latinoamericano, con innumerables excusas morales que escondían sus verdaderos intereses geopolíticos y sus empresas. ¿Historia antigua? Claro que no. Inglaterra –miembro conspicuo de la OTAN– ocupa ilegalmente las Islas Malvinas desde hace ya casi dos siglos y posee en el lugar –con sospechas fundadas de armamento nuclear– la mayor base militar del Hemisferio. Estados Unidos tiene 76 bases militares a lo largo y a lo ancho de América Latina. ¿Podríamos, nosotros latinoamericanos, asociarnos y apoyar a semejantes “socios”? ¿Estarán dispuestos a hacer en América Latina lo que le exigen a Rusia en Ucrania, no invadir, dejar que los países sean “libres”? No lo parece. Ese no podrá ser nunca “nuestro bando”, porque ellos son (los EE.UU. y la OTAN) instrumentos del neocolonialismo.

- Una guerra entre derechas. Otro aspecto interesante de este conflicto es que, visto desde América Latina, no pareciera haber un componente “ideológico”. A diferencia de la “Guerra Fría”, no estamos frente a un conflicto entre izquierdas y derechas. ¿Es tan diferente el horizonte societal de Vladimir Putin –un homofóbico confeso, perseguidor de los grupos feministas y vinculado/asociado a las grandes corporaciones empresariales capitalistas rusas organizadas en la post-Unión Soviética–con sospechas fundadas de armamento nuclear– con la mirada de su enemigo Vodolímir Zerensky, un ex comediante devenido en político que legalizó el juego, apoya a los grupos ulranacionalistas y neonazis que ocasionaron 14.000 muertos en las provincias pro-rusas desde hace ocho años, cerró el Parlamento Ucraniano, fue el primero en recibir la felicitación por su triunfo presidencial por parte de Trump y tiene varias cuentas en paraísos fiscales además de buenos vínculos con los oligarcas (empresarios herederos de las empresas soviéticas privatizadas) de Ucrania? Por otra parte, ¿es tan diferente Boris Johnson, el Primer Ministro conservador británico? ¿Y Joe Biden, que está decidido a reinstalar a los EE..UU como potencia global única? Ni hablemos de los presidentes de las ex repúblicas soviéticas que apoyan a Zerensky, todas en manos de la derecha y/o la ultraderecha.
Vista desde América Latina, y en particular desde la mirada nacional-popular, esta es una guerra entre derechas. ¿Hay que asociarse a uno u otro de los bandos de derecha?
- Una guerra capitalista. Esta es, una vez más, una guerra entre capitalistas. Como ocurriera con la Primera y la Segunda Guerra Mundial, es el capitalismo quien inició las guerras. Recordemos, de paso, que Mussolini, Hitler, Japón, Roosevelt, Churchill y De Gaulle, representaban formas diferentes pero igualmente agresivas, en términos internacionales, de países capitalistas. La Unión Soviética de entonces intentó –fallidamente- mantenerse al margen hasta que la invasión nazi la obligó a entrar de lleno en el conflicto.

¿Qué representan Putin, Biden, Zelinsky y la OTAN? Representan a países con grandes empresas capitalistas, que compiten entre sí regional y mundialmente. Empresas petroleras, gasíferas, de armamento militar, constructoras que buscan posiciones de privilegio en sus “áreas de influencia”.
Visto desde América Latina, ¿la elección sería entre el capitalismo de la Unión Europea y el norteamericano, o el de la Rusia de Putin? De los dos primeros, los latinoamericanos hace rato sabemos lo que podemos esperar: nada. ¿Y del capitalismo ruso? Salvo que sea un capitalismo muy innovador, sólo podemos esperar que nos ayude a equilibrar parcialmente nuestra dependencia de los EE.UU. y Europa. Quizás que nos provea de alguna infraestructura y que nos aleje de la influencia estadounidense en algún rubro estratégico. No mucho más.
- El rol de los medios. Nunca tanto como hoy se nos hace tan palpable la necesidad de contar con medios de comunicación que informen y analicen desde la perspectiva latinoamericana, y no desde el discurso único de Estados Unidos y Europa.
En ese sentido, esta guerra es absolutamente desigual: el 99% de lo que leemos, vemos en televisión o nos llega por las redes, está formateado y pre-fabricado por las grandes cadenas informativas de los EE.UU. y Europa. La situación empeora en América Latina. porque a esa información ya de por sí sesgada, donde hay una pobre víctima que es el presidente ucraniano y un malvado de película de Hollywood interpretado por Vladimir Putin, se le suman los dislates e ignorancia de los medios hegemónicos latinoamericanos: baste con decir que para la mayoría de ellos, Putin representa todos los riesgos y temores de un retorno al comunismo. Patético, si no fuera que millones de latinoamericanos creen que hay un solo responsable de toda la maldad en esta crisis: Vladimir Putin. No podemos negar que el presidente ruso tiene lo suyo, ¿pero en verdad es peor que Joe Biden y la política exterior de “asesinatos selectivos” (esto es , sin capturas ni juicios) que lleva a cabo con total “naturalidad? ¿O peor que la OTAN bombardeando Siria, Libia, Irak o Afganistán?.

¿Y entonces? ¿Dónde nos paramos? ¿Cuál es el eje de nuestros intereses como latinoamericanos?
Para nosotros, latinoamericanos signados por nuestra pertenencia y nuestra experiencia histórica, la elección debería ser fácil: repudio absoluto a la pretensión de expansión militarista de la OTAN y los Estados Unidos hacia nuevos países, y pedido de devolución a nuestros países de los territorios hoy bajo dominio colonialista; y repudio absoluto -a la vez- a la invasión rusa a Ucrania (una nación desnuclearizada que se enfrenta a otra que posee mas de 6.000 ojivas nucleares) basada en el respeto a la integridad territorial de los pueblos.
Solidaridad con el pueblo ucraniano –que será el que sufra la guerra si se amplía- y repudio y condena al aventurerismo beligerante del presidente pro norteamericano Zelinsky, que sigue promoviendo y agitando a los civiles (entre ellos grupos paramilitares, de ideología neonazi) para que peleen una guerra que cualquiera sea el resultado ya es dañina para la propia Ucrania y su pueblo.
En el fárrago de noticias, imágenes, opiniones y mensajes que nos bombardean, una cosa es segura: América Latina no puede apoyar la invasión territorial de los países mas poderosos sobre los territorios mas débiles. Nuestra historia y presente nos demandan ser garantes de la unidad territorial de nuestras naciones. Esa es nuestra única forma de poder señalar la injusticia moral, concreta y permanente del colonialismo que todavía se abate sobre nuestros territorios.
En la guerra en curso no hay buenos ni malos. Hay líderes de derecha que buscan mayor poder, mayor influencia y, finalmente, mayor rédito económico para las empresas de sus países. Ý lo hacen como siempre lo han hecho: con total desprecio y desinterés sobre el daño que la guerra causa a los hombres y mujeres de a pie.

Una última enseñanza de esta guerra para los latinoamericanos: Tanto la expansión de la OTAN-EE.UU. y la ocupación de los países exsoviéticos, desplegando allí las políticas neoliberales, como los gobiernos de derecha y ultraderecha y la reacción rusa ocupando territorios de aquellos países que considera parte de su “seguridad nacional”, nos muestran un mundo organizado por áreas de influencia y “patrones” que consideran los países mas vulnerables como “propios”.
En este contexto de áreas propias de influencia de las naciones más poderosas, América Latina sólo podrá reducir la presencia colonialista (Malvinas, Anguila, Bermudas, Islas Vírgenes, Islas Caimán, Ascensión) y defender sus territorios y recursos, si amplía y profundiza su integración económica, social, política y militar. Nosotros no formamos parte de esta guerra en la Europa del este. Si la leemos desde la perspectiva de los “democráticos” y los dictadores, desde el “occidente libre” y el “oriente dictatorial”, repetiremos los análisis fallidos de nuestra posición en –por ejemplo- la Segunda Guerra Mundial. Como en aquella guerra entre potencias, Latinoamérica debe permanecer neutral y señalar al mismo tiempo su irrenunciable postura continental de defensa de los territorios nacionales de toda invasión ataque y/o ocupación de cualquier potencia militar, además del señalamiento de toda acción militar que signifique la vulneración de las poblaciones civiles. Nuestra historia y nuestro presente nos lo demandan. Nuestros intereses como países víctimas del neocolonialismo nos obliga a seguir trabajando por la unidad de nuestro subcontinente en un mundo que está “repartido” entre espacios regionales imperialistas.
Fotos: Télam