La primera escena de esta trama ocurrió al anochecer del 28 de septiembre de 1976 en la Plaza de Armas del Grupo de Artillería de Defensa Aérea (GADA) 101 del Ejército, con sede en Ciudadela. En esa ocasión, a los conscriptos no los “bailaron”, como era la costumbre diaria, sino que, tras darles de comer, los mandaron a dormir. Fue cuando un capitán le dijo a su asistente:
–Acostate temprano que mañana hay un operativo muy grande.
En ese mismo instante, los cinco integrantes de la Secretaría Política de Montoneros se reunían en una casa situada en la calle Corro 150, del barrio de Villa Luro. Ellos eran Alberto Molina Benuzzi, José Coronel, Ismael Salame, Ignacio Beltrán y Victoria Walsh, hija de Rodolfo Walsh. Su bebé, de un año y dos meses, gateaba en el patio. Esa vivienda de una sola planta pertenecía a la familia Manier; cuatro de sus miembros también estaban allí. La idea de los militantes era pernoctar en el lugar para proseguir el cónclave al otro día.

Pero al clarear ese jueves, los despertó de golpe la dicción metalizada de un altavoz que los conminaba a salir con las manos en alto.
Poco antes, unos siete móviles sin identificación de la Policía Federal se internaron en las calles del barrio con gran sigilo. Transportaban 30 efectivos de Coordinación Federal. Algunos cortaron la esquina de Cardoso y Yerbal para desviar el tránsito hacia Rivadavia. También hubo cinco vehículos de Gendarmería. A su vez, el Ejército se vino nada menos que con un tanque y un helicóptero que ya sobrevolaba la zona, además de contar con una columna de camiones verdes del GADA; de su interior saltaron 220 uniformados (134 soldados, 61 suboficiales, 13 oficiales y tres jefes). Todos, armados hasta los dientes. Los encabezaba el coronel Roberto Roualdes.
– ¡Salgan con las manos en alto! –bramó éste por segunda vez, a través del altavoz.
Pero el horizonte se fracturó por una ráfaga de fuego que partía desde la terraza. Ello provocó el desbande de sus hombres.
Rualdes vociferaba órdenes que nadie parecía escuchar.
Otra ráfaga inutilizó un Torino de la Federal.
El coronel alcanzó a ver a la tiradora, una chica delgada y con cabello corto (era “Vicky”, tal como todos llamaban a Victoria, pese a que su nombre de guerra era “Hilda”). Junto a ella, también disparaba un hombre (Coronel).
Los otros defendían la posición desde una ventana de la vivienda.
Sobre ésta, en tanto caía una lluvia de balas disparadas por una infinidad de fusiles automáticos livianos y pesados.
Rualdes recién apartó la vista al sentir un ardor en las retinas: el viento le devolvía los gases lacrimógenos.

Cada vez que Vicky oprimía el gatillo de su ametralladora Halcón, sus hombres corrían en diversas direcciones o se zambullían sobre los adoquines, al igual que él.
A la hora, la batalla se había estancado en una suerte de empate técnico. Sin dejar de disparar, ambos bandos se mantenían mutuamente a raya.
Luego, la intensidad del tiroteo decreció. Ahora, los cinco montoneros solo tiraban a modo de advertencia. Ello significaba que habían comenzado a economizar las municiones. Al rato, los tiros cesaron.
Pero la calma no fue duradera; únicamente bastó el leve sonido de unas pisadas para desatar otra vez el infierno.
En ese instante, Rualdes miró su reloj, y valiéndose de señas impartió la orden de montar una pieza de artillería. Era un mortero de 90 milímetros.La descarga produjo un fogonazo en la boca del caño; luego, iluminó el paisaje con un extraño color al estrellarse en la casa. El impacto pulverizó una parte del muro y el portón.
Fue entonces cuando murieron Beltrán, Molina Benuzzi y Salame.
Las ametralladoras de Coronel y Vicky ya no tenían más municiones. Y fue entonces cuando ella, ya con una pistola en la mano –Coronel empuñaba otra–, se asomó para gritar:
– ¡Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir!
Entonces se llevaron las pistolas a la sien, y gatillaron.
Los Manier, quienes sobrevivieron al ataque, fueron secuestrados. Poco después, recuperaron la libertad.

Rodolfo Walsh, cuando se enteró de que Vicky había muerto, escribió un texto conmovedor. Allí dice: “Me gustaría verte sonreír una vez más. No podré despedirme. Vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía”.
A más de 45 años de los hechos, el juez federal Daniel Rafecas dispuso el arresto de diez oficiales que habían comandado aquella acción represiva (Roualdes no fue de la partida, ya que falleció estando preso desde 2003 por delitos de lesa humanidad). Esos militares deberán ahora responder por cuatro homicidios agravados y la tentativa de homicidio de Vicky Walsh, además del secuestro de los Menier. Ellos son Héctor Godoy, Gustavo Gualberto Tadeo, Danilo González, Abel Enrique Re, Carlos Orihuela, Ricardo Grisolía, Hugo Pochón, Gustavo Montell, Domingo Giordano y Guillermo César Viola.
Este último es el protagonista de otra historia que aún transcurre. Por tal razón, su figura merece ser explorada.
Nace una estrella
A las 6,15 de la mañana del pasado 14 de diciembre, el tipo fue detenido en su casa por policías federales de la sección Fugitivos de Interpol.
Viola, quien al momento de la masacre de la calle Corro lucía jinetas de capitán, había sido ascendido a coronel durante el gobierno de la Alianza, con un pliego firmado por el propio Fernando de la Rúa. Y poco después pasó a retiro sin imaginar su aún lejana situación actual. La vida le sonreía.
Esa existencia continuó siéndole benévola en 2004, luego de la nulidad de las leyes de impunidad impulsada por la hermana de su víctima, la entonces diputada Patricia Walsh. Vueltas de la vida.
Claro que él enfrentó semejante contingencia de un modo –como se dice ahora– “proactivo”; o sea, sin refugiarse en un bajo perfil. Por el contrario, no tardó en ser uno de los fundadores de la Unión de Promociones del Ejército, que hace suya la defensa (política, legal y también clandestina) de los esbirros del terrorismo de Estado.
En tales menesteres se ocupaba hasta unos días atrás.
Lo prueba una entrevista que, el 13 de abril de 2021 concedió al canal de Youtube, Radio libertaria, que transmite desde Miami bajo el slogan “El Cóndor de Latinoamérica no se rinde”. El bueno de Viola se despachó allí por más de una hora sobre males tan diversos como el Foro de San Pablo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, los planes sociales y, desde luego, los represores presos en Argentina. En ese momento tampoco suponía que diez meses después sería uno de ellos.
Pero regresemos a la primera década del siglo XXI.
Por entonces, ex represor de La Bonaerense, Luis Patti –quien todavía era el intendente de Escobar–, había sido citado en el juzgado Federal 11, a cargo de Claudio Bonadío, en el marco de una causa por encubrimiento.
–Vea, doctor, de esos muchachos tengo una amistad de 20 años.
Esos “muchachos” eran los represores del Ejército Jorge Granada y Luis Arias Ducal. Ambos pudieron permanecer prófugos durante más de un año gracias a la cobertura y el financiamiento del ex subcomisario. Ahora, en la mañana del 26 de agosto de 2003, el magistrado lo indagaba por ese motivo. Y muy comprensivo, lo interpretó como un caso aislado de ayuda a compinches en desgracia.
Pero entonces también trascendió que Patti visitaba con suma asiduidad unas oficinas situadas en el quinto y sexto piso del edificio de la calle Florida 868. Era la sede de Scanner SA, una agencia de seguridad montada en 1998 por el ex teniente coronel Héctor Schwab, aún hoy prófugo de la Justicia por crímenes en Tucumán bajo las órdenes de Antonio Bussi.
Otros personajes eran recibidos allí por él, como los carapintadas Emilio Nanni y Gustavo Breide Obeid, el general Miguel Giuliano y el coronel –aún por esos días en actividad– Guillermo César Viola.
Con todos ellos, organizó la Unión de Promociones, una organización integrada por efectivos retirados de las Fuerzas Armadas para reivindicar el terrorismo de Estado, oponerse a los juicios por delitos de lesa humanidad y asistir a los militares encarcelados.
Poco después empezaron a dejarse ver en las oficinas de la calle Florida un joven militar en actividad y su simpática esposa: el mayor Rafael Mercado y Cecilia Pando. El contacto con ellos fue a través de Viola. Y lo cierto es que el dueño de casa tenía grandes planes para ellos.

Allí se planificó la instalación de ella en el star system de la extrema derecha procesista, a través de la famosa carta, publicada por ella en el correo del diario La Nación, en defensa del obispo castrense, Antonio Baseotto, quien había sugerido tirar al mar al ministro de Salud, Ginés González García. La repercusión de aquel texto contemplaba la posible expulsión de Mercado del Ejército –lo cual efectivamente pasó–, ante lo que Schwab le había prometido de antemano un puesto ejecutivo en su agencia y un lugar de residencia para su familia.
En realidad, la señora Pando fue una criatura minuciosamente diseñada por los represores para canalizar sus reclamos públicos. En ello, Viola tuvo un destacado papel.
Socorros mutuos
Pero en aquella época, la Unión de Promociones también contaba con otros recursos menos visibles. Entre sus aportantes había muchas empresas del ramo administradas por antiguos procesistas. Entre estas supo resaltar la agencia Bridees –que proveía protección a las empresas del Grupo Yabrán–, cuyo nombre era en realidad un apócope de “Brigadas de la ESMA”. Asimismo, se destacaba por sus tareas “solidarias” la agencia Alsina SRL, del represor Aldo Álvarez, quien con el grado de coronel sembró el terror en Bahía Blanca. Y la agencia Espe SRL, del ex capitán Hugo Espeche (posteriormente detenido por la masacre de Las Palomitas). Y la empresa Lince –muy afamada por sus publicidades en Radio Continental–, del ex coronel del Batallón 601, Víctor Gallo. Y la empresa Lyons SRL, de los represores Alberto Jaime y Ezequiel Causada. Cabe destacar que el coronel Viola emparejaba su prensión militar como consultor en algunas de estas compañías.
Siempre se sospechó que detrás del sello creado por Schwab y él había una estructura aún mayor al servicio del desvío de pesquisas sobre delitos de lesa humanidad. Hechos tales como la desaparición de Julio López, el extraño suicidio del ex prefecto Héctor Febres en su lugar de detención, el asesinato de Silvia Suppo, quien fuera testigo del proceso contra el ex juez Víctor Brusa, junto a muchos otros testigos amenazados o secuestrados por horas, serían los datos más extremos de semejante accionar. A ello se le sumaban operaciones psicológicas de diversa envergadura, además de un armado clandestino para financiar, alertar y proporcionar cobijo a los camaradas en dificultades.
A comienzos del 2009, el teniente coronel Schwab tuvo que alejarse de los sitios que solía frecuentar en virtud de un pequeño traspié: la citación por parte del tribunal tucumano que investiga la desaparición a fines de 1977 del empleado municipal Carlos Rocha. Desde entonces, está prófugo.
En cambio, el coronel Viola, ya se encuentra a buen resguardo.
Y la Unión de Promociones aún existe.