Ya se sabe que el lawfare está basado en la triple alianza entre un sector de la Justicia, los servicios de Inteligencia y la prensa hegemónica, para dar vida a objetivos reñidos con el juego limpio. A saber: esmerilar desde la oposición a gobiernos populares; perseguir desde el poder a toda clase de opositores y, ya nuevamente desde el llano, establecer acciones que garanticen la impunidad de los delitos perpetrados en las dos fases anteriores. Pero cuando semejante operatoria es realizada por jueces, espías y comunicadores macristas, el asunto se transforma en una comedia de enredos. Ese es el inconveniente que en la actualidad enfrentan sus cultores.
He aquí las más recientes desventuras de esta alegre cofradía.
El peso de la culpa
El fundamento del “cuentapropismo”, esgrimido en los últimos días de 2021 por los jueces de la Cámara Federal, Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi, sirvió para desprocesar, en la causa por espionaje ilegal instruida por el juez federal Juan Pablo Auge, al poderoso ex titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas, y a dos personajillos con despachos próximos al de Mauricio Macri en la Casa Rosada –su secretario privado, Darío Nieto, y la coordinadora de Documentación Presidencial, Susana Martinengo–. También favoreció con una oportuna “falta de mérito” al ex jefe de Asuntos Jurídicos de la AFI, Sebastián De Stéfano, entre otros inquisidores. Y, por si fuera poco, bendijo la pesadilla procesal de la “Señora 8”, Silvia Cristina Majdalani, con una carátula más aguantable (“incumplimiento de los deberes de funcionario público” en vez de “asociación ilícita”). Así, los camaristas descargaron todo el peso de las responsabilidades en el último eslabón de la cadena: el grupo de fisgones denominado “Súper Mario Bros”, incluyendo a su reclutador y jefe, Diego Dalmau Pereyra, quien dirigía el área de Contrainteligencia de la AFI.

Lo cierto es que, por ese entonces, el fallo generó en el espíritu público menos indignación que un penal mal cobrado en un partido de fútbol.
Quiso el destino que, apenas unos días después, saltara a la luz el video (registrado por la propia AFI macrista) de la reunión del 15 de junio de 2017 en una sede del Banco Provincia, donde el Reichsführer Marcelo Villegas –a cargo del Ministerio de Trabajo bonaerense– expresó su anhelo de tener “una Gestapo para terminar con los gremios”. Aquellas fueron sus palabras. Y las dijo ante reputados funcionarios provinciales, desarrolladores inmobiliarios y empresarios de la construcción. Pero también había tres cabecillas de la AFI: su ex jefe de Gabinete Darío Biorsi (no es un nombre de cobertura), junto a los ya mencionados De Stéfano y Dalmau Pereyra. Allí se acordó “engarronar” a sindicalistas, cosa que luego fue llevada a la práctica.
El hecho es que la difusión de esta alhaja documental fue, en el aspecto fáctico, el tiro de gracia al fallo de Llorenz y Bertuzzi, a pesar de que, en lo judicial, el asunto sigue en pie. Pero también dejó al descubierto el armado del lawfare en el territorio que había gobernado María Eugenia Vidal.

Ella tardó casi dos semanas en reaccionar. Y cuando lo hizo, calificó tal encuentro como una “reunión de trabajo”. Pero sobre la presencia de los tres espías solo atinó a farfullar: “Eso lo va a tener que explicar la gente de la AFI en sede judicial”. Se refería, obviamente, a la AFI macrista.
Esa frase causó un ramalazo de furia en el propio Macri, quien, en una de las últimas conversaciones que ambos mantuvieron, le soltó:
–Dejá de decir eso, porque estás quedando como una pelotuda.
Tal reproche fue confirmado por Camilo Cagnacci, el escriba preferido del expresidente, el 9 de febrero en el diario La Nación, donde carga las tintas contra esa mujer.

A modo de solapada réplica, el operador Daniel Santoro –ya al servicio de “Marieu”– publicó el 26 de febrero un artículo en el diario Clarín sobre el famoso “apriete” sufrido por el juez Luis Carzoglio solo para decir que éste, ante la Bicameral de Fiscalización de Organismos de Inteligencia, aseguró “no haber recibido presiones del gobierno bonaerense”. Y con una especificación: “En cambio (Carzoglio) ratificó que dos agentes de la AFI de Mauricio Macri (uno era nada menos que De Stéfano) fueron a verlo en 2018 para decirle que el expresidente ‘necesitaba’ la detención de Pablo Moyano”.
De modo que el salto a la luz de la Gestapo bonaerense desató notables pases de facturas en la cúpula del PRO.
Ahora bien, con respecto a la “cumbre” en la sede porteña del Banco Provincia, no está de más refrescar una de sus historias colaterales.
Aquel video –soslayado alevosamente por las señales noticiosas de los medios hegemónicos– fue exhibido una y otra vez por C5N.

Entre los televidentes se encontraba el ex subsecretario de Gobierno y Asuntos Municipales bonaerense, Alex Campbell (que ahora ocupa una banca en la Cámara Baja de La Plata). El tipo transpiraba copiosamente, atrapado en un súbito nerviosismo. Razones no le faltaban.
En este punto es necesario retroceder al 27 de octubre de 2017; es decir, cuatro meses y 12 días después del cónclave en cuestión.
Durante el atardecer de aquel martes, el bueno de Alex –un funcionario muy querido por la señora Vidal– se reunía en La Plata con la recién electa senadora Felicitas Beccar Varela, famosa alguna vez por sus apariciones en el programa Jugate conmigo, de Cris Morena. Entre ambos flotaba la alegría, ya que él era su padrino político. De pronto recibió un mensaje por WhatsApp.

“Hola Alex, ¿cómo estás? –leyó en su smartphone–. Te molesto porque recién salgo de ver a Susana (Martinengo) y hablamos de algunas cosas sobre las cuales me dijo que estaría bueno que las hable con vos. Si la semana que viene tenés un ratito, paso a verte. Abrazo”.
El remitente era nada menos que el esbirro de la AFI, Leandro Araque, uno de los “cuentapropistas” del grupo “Súper Mario Bros”.
De hecho, este mensaje en particular puso al descubierto su vínculo con la señora Martinengo, una pieza clave de tal estructura. Y por ello, a mediados de 2020, empezó a ser investigada por el juez federal Federico Villena.
Primero se había probado que Martinengo mantuvo en la Casa Rosada alrededor de 12 reuniones con los espías Leandro Melo, Jorge Sáez (también “cuentapropistas”) y Araque, donde recibía papers de interés para el “uno”, tal como ella solía referirse a Macri.

Lo cierto es que su directiva al agente Araque para hablar “de algunas cosas” con Campbell no solo dejó a la intemperie su rol ejecutivo en aspectos puntuales del espionaje ilegal, sino que Campbell y ella ya tenían en su haber algunas epopeyas en común.
Fue el martes 31 de octubre cuando Araque, acompañado por Sáez, fue a verse con Campbell.
En virtud del profuso material incautado por el juez Villena en el celular de Araque –una extraordinaria cantera informativa– surge que su vínculo con Campbell fue extendiéndose en el tiempo. También se conoce su propósito.
Resulta que a los jefes y ejecutores de esta simpática asociación ilícita enquistada en el Estado nacional y provincial los desvelaba –en este caso– la figura del Sumo Pontífice. Porque algún bromista les había hecho creer que el Papa Francisco trabajaba, desde las tinieblas vaticanas, en un armado político de corte populista con dirigentes del ámbito local.
Ya en 2018, otro espía orgánico, Leandro Matta, le mandó a Araque una voluminosa carpeta con profusa información sobre el exintendente platense Pablo Bruera. A modo de remate, le anunció “Ahora voy por el obispo”.
La respuesta fue: “Sos un groso, amigo. Ya le paso a Alex”.

El obispo era Jorge Lugones, titular de la diócesis de Lomas de Zamora. También era fisgoneado su hermano, Luis Lugones, un alto dirigente del PJ de La Plata. La proximidad de monseñor con el Papa y los frecuentes contactos de su hermano y él con Bruera no podían sino explicarse por el hecho de estar unidos en aquella presunta conspiración. En realidad, los agentes no se habían tomado la molestia de averiguar el lazo familiar entre ellos: Bruera es sobrino de los Lugones. Simplemente eso.
Moraleja: lo más atroz del régimen macrista fue su estructura de chiste. Claro que esta trama solo fue un capítulo incidental de una historia no menos disparatada, cuya descripción sería inacabable. Pero no está de más reparar en la figura de Araque para comprender su naturaleza.
Los patos de la boda
El fallo de Llorens y Bertuzzi hizo que este oficial de la Policía de la Ciudad asimilado “en comisión” a la AFI se sintiera más solo que nunca, al igual que el resto de sus ex camaradas del grupo “Súper Mario Bros”. Claro que Dalmau Pereyra también se considera otro pato de la boda. Y con el agravante de que era el nexo entre la cúpula de la AFI y los “cuentapropistas”.
¿Es posible que ambos jueces no hayan considerado los efectos de tan temeraria resolución en el ánimo de esos muchachos? Ya que al ser indagados seguramente enchastrarán el buen nombre y honor de sus mandantes.
De hecho, aquello ya se vislumbró el pasado 25 de febrero, al declarar Araque como testigo ante el juez federal de La Plata, Ernesto Kreplak, quien instruye el expediente de la Gestapo bonaerense.
Aquel miércoles, sus dichos se centraron en la detención del dirigente de la Uocra, Juan Pablo “Pata” Medina –ocurrida tres meses y medio después de decidirse en la ya famosa reunión de la Gestapo provincial–, basada en un seguimiento realizado por el propio Araque. En resumen, éste aseguró que “en esos días respondía a Diego Dalmau Pereyra (el jefe de los “cuentapropistas”, presente en aquella reunión)”. Y que “las órdenes llegaban desde el área de Asuntos Jurídicos (cuyo jerarca era De Stéfano, el espía “desprocesado” por Llorens y Bertuzzi, también allí presente)”. Araque acababa de aportar su granito de arena para la discordia generalizada
Y abandonó el juzgado platense silbando bajito. Tal vez entonces haya acudido a su mente un episodio ya añejo.
Transcurría la mañana del 2 de julio de 1918 cuando fotografiaba con su celular el frente del edificio de la avenida Callao 1219. Su tarea estaba ligada a los preparativos de una “acción” contra el entonces subsecretario de Asuntos Internacionales del Ministerio de Defensa, José Luis Vila. Por razones que él desconocía, a ese tipo había que disciplinar.

En la tarde del 6 de julio, tras una denuncia, efectivos pertenecientes a la Brigada de Explosivos de la Policía Federal desactivaron una bomba casera colocada junto al portón de aquel edificio. En la caja que contenía el artefacto también había un papel; allí se leía: “José Luis Vila, ladrón y traidor”.
Al mediodía siguiente, en el celular de Araque ingresaba un mensaje de
WhatsApp proveniente del número 302626348:
“Me dijo la 8 (Majdalani) que el tipo hace un año no vive ahí, bolu”.
La respuesta fue:
“¿Me estás jodiendo? Entre nos, me juego las bolas que Diego (Dalmau Pereyra) nos había asegurado que vivía ahí”.
O sea, ellos habían puesto el “caño” en un domicilio equivocado.
Tanto las fotos del edificio como aquel chat quedaron a buen resguardo en la memoria del Galaxy Samsung de Araque, junto con otros 2.500 archivos que atesoraban imágenes, audios, filmaciones e informes de inteligencia.
Lástima que, tiempo después, le allanaron el hogar a una ex pareja del espía, la subcomisaria Cecilia Padilla, porque –al parecer– se les habían pegado a los deditos unos 60 mil dólares durante un operativo. Araque fue entonces en su auxilio. Pero lo único que consiguió fue que le secuestraran el celular con ese tesoro documental. Gajes del oficio.
Aquel aparato ahora está en manos del juez federal Marcelo Martínez de Giorgi, quien –con el fiscal Franco Picardi– quedó a cargo de las causas por el espionaje ilegal del régimen macrista, después de que, en abril de 2021, el juez Augé las enviara desde Lomas de Zamora a Comodoro Py.

El semanario Noticias, en su primera edición de 2016 –tres semanas después de que Mauricio Macri llegara a la Casa Rosada–, publicó un extenso artículo titulado “Diego Dalmau Pereyra, el nuevo Stiuso”. Aquel sujeto, que acababa de asumir la jefatura operativa de la AFI –con el madrinazgo de Majdalani, quien estaba deslumbrada por él–, supo explayarse acerca de sus ideas para el cargo con un entusiasmo arrollador.
Entre otras responsabilidades de primer nivel, se abocó a la creación de un Grupo de Tareas con características de élite. Con tal fin supo acudir a su viejo discípulo, Sáez (a) “El Turco”, un ex penitenciario con una escala en la Policía de la Ciudad. En sus manos puso la selección del personal.
El Turco entonces reclutó una pintoresca mezcla de policías porteños (en comisión) con miembros de su familia, profesionales diversos y lúmpenes variopintos. Entre ellos estaba Araque.
Luego, cuando Dalmau Pereyra fue nombrado delegado del organismo en Chile, los “Súper Mario Bros” quedaron al mando del expolicía Alan Ruíz, otro favorito de Majdalani.
Por su parte, el “desprocesado” De Stéfano era un “pollo” del operador judicial Daniel Angelici, y su ingreso a la cúpula de la AFI contó con la venia del mismísimo Macri. Ahora, cobijado por Horacio Rodríguez Larreta, el tipo integra el directorio de Subterráneos de Buenos Aires (Sbase).
Total normalidad en un culebrón con final abierto.